miércoles, 23 de septiembre de 2009

EL OLOR

Juana se lavó por enésima vez las manos, durante el día cambiaba de jabón, en pan, de tocador, jabón liquido, hasta se ha pasado hipoclorito, todo tipo de detergentes, se las ha fregado con ceniza como hacia su abuela en tiempos remotos y nada, sentía ese olor asqueroso a poco de lavarse. Alguien le sugirió que tenia que cambiar la piel para que eso desaparezca, pero no le hacia ninguna gracia quedarse sin piel en las manos, ya le ardían y se imaginaba el dolor si hacia lo sugerido. No descartaba la idea, se dijo: cuando este olor me haga vomitar me arranco la piel o me la quemo, mejor. El vómito era lo peor que ella concebía, mas que la diarrea o cualquier otra manifestación del humano y por eso la tomaba como señal de que había llegado el momento de dar un corte definitivo a las cosas. Eso le paso con José, su marido, al principio todo dulzura y luego vino y golpes, porque si y porque no, hasta que Juana vomitó un día. Fue a la ferretería. “Don Liberato, sabe que tengo ratas en casa, ¿que me recomienda? “Este es bueno, los bichos se van en sangre doña”. Se llevó un paquete amarillo con el dibujo de dos enormes y asquerosas ratas, dentro tenia una bolsa de celofán con pequeños granitos teñidos de rojo. Todos los días, le acercaba a José un plato de comida aderezado con algunos de esos granos. Al mes era viuda. Parece que José se cayó en una de sus borracheras y se corto la mano con la botella que llevaba y se fue en sangre nomás. Todo el barrio fue al velorio, todos pensaron que la pobre quedaría sola. Juana con gesto adusto recibía las condolencias y pensaba que no vomitaría más. Las nauseas empezaron un lunes no bien llego a la casa de Don Rotundo, creyó que no le sucedería, pero, el vomito estaba cerca. Se sentó en la habitación donde el viejo dormitaba. Olfateó como un perro buscando el rastro, el olor estaba ahí, era el viejo. Era Don Rotundo el que olía como sus manos, claro de tanto tocarlo se lo pegó, lo cuidaba doce horas por día. Y ahí nomás, un vómito que saltó por los aires, de color pardo con trozos oscuros, había desayunado con pan negro. El viejo siguió durmiendo sin darse cuenta de nada. Juana se levantó mientras se pasaba el dorso de la mano por la boca, fue a la cocina y trajo el lampazo junto a un balde lleno de agua. Muy despacio fue limpiando el piso. Dejó todo en la cocina y salio por la puerta de servicio rumbo a la ferretería de Don Liberato.

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